Temple Grandin
La máquina de abrazos.
Un día 29 de agosto de 1949, en algún rincón de la ciudad de Boston, nacía Temple Grandin,
una figura que, con el correr de los años, tejería un tapiz único de compasión y entendimiento.
Su pensamiento visual y su fascinación por los mecanismos le facilitaban idear dispositivos de cualquier tipo. Sin embargo, su historia tomó un matiz particular cuando, a los 16 años, la hipersensibilidad sensorial y las barreras del autismo la condujeron a la granja de ganado de sus tíos en Arizona. Entre los mugidos de las reses y el susurro del viento entre los campos, Temple descubrió una máquina simple pero ingeniosa que era capaz de transmitirles tranquilidad a los animales cuando eran explorados por el personal veterinario.
Observando cómo las reses se sosegaban bajo la presión suave de dos placas metálicas, Temple concibió una idea extraordinaria: una máquina que ofrecería abrazos sin el abrumador contacto humano.
Surgió así la Máquina de abrazos de Temple Grandin, un artefacto que aplicaba una presión constante y reconfortante mediante dos paneles laterales que se cerraban sobre el cuerpo del usuario.
A lo largo de los años, Temple se transformó en una defensora incansable de los derechos de las personas con autismo,
un ícono de determinación para quienes buscaban entender y ser entendidos en un mundo que, a menudo, se mueve a un ritmo vertiginoso.







